Cavilaciones


En esta sección del blog la palabra desplaza por completo a la imagen.
Casi tod@s l@s fotógraf@s saben explicar como hicieron una foto, ya son menos l@s que buscan un sentido a lo que hacen y quedamos en franca minoría aquell@s que, además, gustamos de reflexionar sobre temas de fondo asociados a la fotografía y a la estética en general. En mi caso, aquí se complementan mi vocación literaria y filosófica para tratar diversos aspectos de un tema que me apasiona.
Esta sección no es una bitácora ya que ordenaré los textos según me parezca y no según su orden cronológico. También aquí el objetivo es el intercambio de ideas con quienes me lean, factor vital para mi empeño evolutivo. Por ello agradeceré mucho vuestros comentarios.

MANIFIESTO DE MI APOSTOLADO ESTÉTICO

Yo, Salvador Solé, a fecha del 26 de Noviembre de 2009, me erijo como apóstol según se define en las “precisiones finales” de este manifiesto.  Y declaro:

         Que la belleza no existe fuera del alma que la siente y que solo por las similitudes entre las almas hay cosas que una mayoría alcanza a encontrar bellas. La belleza es, pues, una potencia del alma, no un fenómeno objetivo.

         Que, para las almas sensibles, el mundo es un lugar de belleza pero de una belleza infinitamente diversa pues se dan bellezas falsas y fealdades bellas.

         Que el horror en el mundo no niega la belleza, aunque se le oponga como la oscuridad a la luz y que, como la oscuridad y la luz, quizás no sean comprensibles por separado.
O quizás sí.

         Que la belleza es una de las formas del bien y que por lo tanto, al servicio del mal se pervierte y pierde su esencia.
        
         Que la belleza nos hace mejores en cuanto que seres sensibles, salvo cuando la pretendemos, voluntaria o involuntariamente, como máscara y engaño.

         Que la concepción de la belleza es una característica primordial del ser humano como tal y uno de las principales virtudes, junto al bien, el amor y la voluntad de evolucionar, que dotan de sentido a la existencia del hombre.

         Que, no obstante lo anterior, se la considera - muy extendidamente - una especie de lujo, algo afín a la vanidad e incluso equivalente a lo funcionalmente inútil.

         Que debido a ello, entre otros muchos errores, el ser humano se ve atrapado en una condición previa a sí mismo, condenándose a la vacuidad, la desorientación y la ira, sin alcanzar a desarrollar sus verdaderas posibilidades, como las de ser autoconsciente y sensible.

         Que mi visión estética apuntará hacia delante, aunque por lógica beba en las estéticas de toda la historia del hombre.

Asumido lo que precede hasta el punto de no poder permanecer impasible, decido iniciar un apostolado que, desde mis recursos y a pesar de mis limitaciones, pretende:

         Acercar la belleza tanto a las personas de mi entorno como a los desconocidos pues desconocidos fueron en su día la mayoría de las personas de mi entorno.

         Luchar pacíficamente para deshacer los conceptos erróneos y los tópicos nocivos ya enunciados y ofrecer mi visión al prójimo.

         Actuar desde el ejemplo procurando llevar una vida éticamente bella que refleje mis sentimientos y mi pensamiento al respecto, explorando la belleza, generándola, propagándola, desarrollándola y - en definitiva - viviéndola.

         Impedir que esta vocación me lleve a descuidar o poner en segundo término aquellos valores asociados ; el bien, el amor y la voluntad de evolucionar.

         Ser la obra de una sola persona asumiendo así que se opera desde la visión particular de la máxima expresión de la minoría. Y de ello se derivan las siguientes precauciones:

         Evitaré la intolerancia, el proselitismo no solicitado y la pretensión de superioridad hasta allá donde me sea posible.

         Permaneceré abierto a las visiones éticas y estéticas que me sean presentadas, dispuesto incluso a dejarme influir por ellas si llegara el caso.

         Asumiré que mi visión no es necesariamente la respuesta que mi prójimo necesita y, por lo consiguiente, la ofreceré solo como opción o como ampliación de la visión ajena. Nunca como imposición a, o sustitución de, esta.
        
         Actuaré, pues, desde la humildad. O fracasaré.

Paso a enunciar los que serán mis recursos, las herramientas de mi apostolado:

         La fotografía: Ella, metafóricamente, hablará a los ojos. Con ella mostraré mi percepción visual de la estética del mundo y, en especial - por inclinación personal - de la naturaleza.

         La música: Ella hablará de lo abstracto y de lo inefable, aunque también pueda suscitar visiones o sensaciones diversas de los sentidos. La música tiene su propia dialéctica y, aunque soy un músico intuitivo que se reconoce carente de la formación técnica adecuada y - muy  discutiblemente - se niega a adquirirla, pienso que lo que hago puede considerarse música, siempre que esta se entienda de forma amplia.

         La palabra dicha en presencia física de mis semejantes es una facilidad que siempre he tenido y que, aunque más imprecisa que la escrita en lo intelectual, cuenta con la fuerza añadida del lenguaje corporal y su capacidad de expresión emotiva a niveles no verbales.

         La literatura: Ella hablará al intelecto. Sea a través de la narrativa o del ensayo, de la fantasía o el análisis, considero que parte de mi escasa obra literaria tiene utilidad para el apostolado estético, aunque no siempre sea una utilidad expresamente pedagógica.

         La ornitología: Entendida como una de las vías de aproximación a la belleza de la naturaleza no solo desde la percepción visual si no también - y mucho más relevante - como ejemplo de la maravillosa complejidad de la evolución y su diversidad infinita en las  interrelaciones y adaptaciones de las especies respecto a su medio y a las demás especies vivas.

         Cualquier otro recurso a mi alcance, incluyendo los transitorios, los fortuitos y las habilidades que pudiera desarrollar en un futuro.

Precisiones finales:

         Me parece oportuno aclarar que uso el término “apóstol” y sus derivados acogiéndome a la siguiente definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española que es vigente en la fecha de creación de este manifiesto: “Propagador de cualquier género de doctrina importante”. Y dentro de esta cita, el término “doctrina” lo adopto bajo las siguientes definiciones de la misma institución: “Enseñanza que se da para instrucción de alguien. Ciencia o sabiduría. Conjunto de ideas religiosas, filosóficas, políticas, etc… sustentadas por una persona o grupo”. Haciendo explícito hincapié en la acepción “filosóficas” y “una persona”. Con ello, aunque uso de la poética religiosa que el término “apostolado” posee, deseo limitarlo a una postura laica, aunque abierta.
         Empleo la palabra y el concepto “estético” en sus más amplios significados y no me parece necesario acotarlos del mismo modo que he hecho con la anterior.

MANIPULAR O MANIPULAR

         Con el advenimiento de la era digital y los programas para el tratamiento de imágenes, los foros fotográficos bullen con las premisas sobre la pureza de la obra. En la cruzada por defender la fidelidad a la realidad parece que se olvida que toda obra es fruto de un trabajo y que todo trabajo manipula los materiales que le son propios. Cuando se trata de una obra creativa, además, la imaginación mete la cuchara con su infinita capacidad para interpretar, transformar y abstraer la realidad. Si la fotografía es una obra creativa… ¿A qué viene denostar la manipulación? La fotografía es manipulación como lo es a su modo la fontanería y si no puedes manipular no puedes obrar.
Cuando nos situamos ante el sujeto estamos escogiendo un ángulo y descartando todos los otros, que también conforman la realidad (manipulación del punto de vista). Cuando encuadramos, excluimos la mayor parte de la realidad del ámbito del encuadre para quedarnos con un fragmento determinado (manipulación del campo visual). Cuando disparamos, irremediablemente congelamos la acción (manipulación del continuum temporal). Cuando usamos un diafragma u otro, una u otra velocidad, estamos buscando un efecto que se ajuste a nuestra voluntad de expresar lo que vemos (manipulación de la apariencia del sujeto) y, en fin, lo que nunca hacemos es “presentar la realidad tal cual es”. No lo hacemos porque, entre otras cosas, no somos capaces de ver toda la realidad y además porque la realidad que conocemos es solo una realidad perceptual, aquella que los receptores sensitivos codifican en señales que el cerebro interpreta siguiendo unos esquemas - ejecutando un hardware y un software, podríamos decir -  que son producto tanto de la selección natural (bacteria-pez-reptil-mamífero-homínido) como por la “selección cultural” de una época y un lugar.
Dichas pautas cerebrales son las que crean nuestra percepción de la realidad, una percepción que será muy discutible para el ocelote, la abeja, e incluso el chopo, entes todos ellos capaces de percibir de un modo u otro el entorno y reaccionar en consecuencia. Aun si nos permitiéramos el imperialismo de creer que esas no son más que formas inferiores de vida, subsistiría el hecho de que representan procesos de percepción de la realidad muy diferentes del nuestro y que, por mucho que creamos que este es el “más completo”, otros no solo son posibles si no plenamente funcionales para sus poseedores.
Esta digresión sobre la relatividad del concepto de realidad me ha parecido conveniente para recordar que damos demasiadas cosas por sentado. Lo cual no significa que todo sea relativo y que en consecuencia toda manipulación sea honesta. Si no relativizamos la relatividad, esta no nos servirá de nada.

Regresando al tema principal, ahora que con un clic del botón izquierdo del ratón podemos convertir un rojo tristón en un rojo campeón, corregir la temperatura del color y perfilar el enfoque… ¿Cuáles son los límites? Queda una vez más planteado el milenario dilema de la libertad: ¿Todo lo posible es también legítimo? Esta es una pregunta que se plantea (o que debería plantearse) en innumerables campos, desde lo comercial hasta el uso de las nuevas tecnologías pasando por el sexo. Y no, no hay una respuesta genérica. Al menos no la puede haber al primitivo estilo de los diez mandamientos; no robarás, no untarás de Nocilla el caviar, no forzarás la gama cromática… La respuesta que la libertad necesita acerca de cuales deberían ser sus límites no puede ser genérica, no puede ser impuesta por una autoridad indiscutible - que no existe - ni puede ser definitiva. Dicho lo que no puede ser, quizás convenga proponer qué es lo que sí podría ser.
Como diría el Jedi Yoda: “Ahora, mojarme debo de”.
Si la respuesta sobre cuales deberían ser los límites de la libertad no puede ser genérica (si no puede existir un ley que sea valida para todos los casos) bien puede ser específica. Si no puede ser impuesta, quizás cabría consensuarla. Y si no puede ser definitiva, que sea transitoria.
Para que sea específica debemos concretar un tema; en este caso, la manipulación de la fotografía digital. Para consensuar unas normas éticas sobre esta cuestión, lo mejor es que cada un@ presente sus propuestas y que los conceptos se vayan afinando mediante el debate de forma que surjan tendencias orientadoras. Mi aportación al respecto la plasmaré tras dejar claro que, en un ámbito tan dinámico y reciente como el de la fotografía digital, cualquier  afirmación se hará desde los conocimientos del momento y que nuevos descubrimientos pronto pueden introducir variaciones y matices; soy consciente de lo transitorio que es todo esto en lo tecnológico. Visto lo cual, para dar una base de sentido común a mis propuestas, me oriento hacia recursos éticos conocidos desde antiguo y lo suficientemente flexibles como para usarse en plena explosión digital. Mi tesis postula que:

* Nadie desea ser engañad@; seducid@ sí, pero nunca estafad@.

* Para no engañar, ni siquiera involuntariamente, lo primero es no engañarse un@ mism@.

* Si a la honradez le asiste la inteligencia, ni la primera ni la segunda tienen porque estar reñidas con la creatividad.

Aceptadas estas premisas (aceptadas por mí, pues son mi propuesta) para obrar en consecuencia con ellas lo que debo hacer es explicar no solo mis criterios si no también qué es lo que les hago a las fotos.
Lo que resta de este articulo está dedicado a declarar mis manipulaciones para que quienes vean mis fotos tengan elementos para juzgarlas no solo desde su óptica si no también en relación a mis propósitos y métodos.

·      Los RAWs, a mí me parecen descontrastados y descoloridos en un 25% respecto a lo que veía antes de disparar.
·      En consecuencia, mediante el Photoshop, busco recuperar la imagen que decidí captar cuando hice la foto.
·      Para ello no dudo en ajustar niveles, saturación, sombras y luces.
·      No vacilo a la hora de recuperar la nitidez de la imagen mediante el uso de la máscara de enfoque.
·      A menudo “tampono” aquellos elementos indeseados que, de ser posible, hubiese evitado a la hora de apretar el obturador, léase; motas de polvo del sensor, pequeños elementos indeseados que estorban partes relevantes de la composición, etc...
·      Reencuadro, si lo considero oportuno, para mejorar la composición inicial de la foto ya que las circunstancias no siempre permiten la aproximación y el ángulo necesario para obtener la imagen deseada.
·      Considero todas las manipulaciones que de descrito como parte integrante del procesado de las imágenes.

Con estas declaraciones creo dejar claro el nivel de intervención que media entre los RAWs que consigo (y conservo) y la imagen que presento en las diversas galerías de fotos. Por lo que sé, no es nada que se salga de lo habitual pero, al margen de que lo sea o no, creo que importa especificar tanto la ética de base (los primeros dos tercios de este artículo) como las técnicas concretas que empleo para conseguir la imagen definitiva.

LA CHIRIPA

         “Las cosas no salen bien porque sí” (Un golpe de puño sobre el pecho).
“Para hacer las cosas bien es necesario pensárselo mucho” (Dos golpes con ambos puños).
“Las cosas solo alcanzan la excelencia cuando el control de todos los factores es absoluto” (Cuatro golpes feroces). “¡Nada debe quedar librado al azar!” (entre ocho y doce golpes acompañados de cabezazos y un desaforado pataleo).
Bastantes fotógrafos profesionales - y ya no digamos aquellos aficionados que son más papistas que el papa - afirman que el azar no debe existir. Al menos no debe existir si nosotros no lo hemos invocado para servir a nuestros fines. Dicen que toda obra de arte es fruto de la técnica y la mente, ambas sometidas a un férreo control. Sin negar que cierto tipo de imágenes solo se logran aplicando semejante filosofía, a mí esa forma de ver la fotografía me parece poco realista y corta de miras pues la suerte, para bien y para mal, está en el mundo y negar su influencia resulta pueril. Pudiéndose dar incluso en la fotografía de estudio, ya no digamos al aire libre donde todo tiende a cambiar de color, de volumen y de protagonismo según dictan los caprichos de la luz y la meteorología. Un caso muy probable; Absort@ en la composición del encuadre, no te percatas de que un claro entre las nubes se te aproxima por la espalda y justo al oprimir el obturador ha empezado a iluminar el primer plano haciéndolo resaltar contra un fondo que todavía permanece en la sombra. La imagen ha cobrado una fuerza con la que no contabas y el resultado es muy superior a lo que habías previsto. La luz… siempre la luz, pero no solo la luz: Pasas treinta segundos comprobando el enfoque y el encuadre de un lirio y, justo cuando disparas, un golpe de viento lo hace oscilar. Lo más habitual es que se te fastidie la foto pero también es posible que ese handicap haya dejado en tu cámara una imagen llena de encanto y tal vez mucho más valiosa y difícil de conseguir que aquella que pretendías. Podríamos seguir poniendo ejemplos hasta aburrirnos.
No me produce bochorno alguno admitir que varias de mis mejores fotografías deben buena parte del mérito a imponderables de lo más variado. Eso mismo, lo admitan o no, le sucede a todos l@s fotógraf@s.
Desde luego, si quieres que te toque la lotería, deberás comprar números y además será necesario dedicarle muchas horas, tener las nociones técnicas fluidamente asimiladas y poseer un equipo suficiente para sus propósitos y nivel de exigencia. Pero la madre del cordero, en estos casos, es saber ver, en un momento dado, que la chiripa te acaba de hacer un regalo.
Yendo aun más allá diré que en nuestra vocación, la chiripa es una factor tan común que ni siquiera se suele reflexionar sobre ello y l@s hay que, incluso, deslumbrad@s por sus propios esfuerzos y méritos, no caen en la cuenta de que una parte de lo que consiguen les cae en el regazo por el mero hecho de llevar la cámara encima y saber como se usa. No le resto mérito a nadie ya que aprovechar la suerte es un don que se desarrolla con la experiencia tanto si eres consciente como si no. Pero hace falta experiencia y si eres un negado con el equipo o no tienes visión estética, de poco te servirá la chiripa. Somos perfectamente capaces de echar a perder una buena oportunidad (sobre todo si es fugaz). Recuerdo una ocasión en que, ya prácticamente de noche, de repente, desde la ventanilla del coche, un colega y yo tuvimos a cuatro metros una Chocha perdiz posada sobre un tronco. De la impresión, el colega no se acordó de activar el flash y yo, por olvidar que llevaba conectado el autofocus (que en ausencia de luz mal podía funcionar), perdí tres preciosos segundos en percatarme y pasar a manual. Entonces el sonido de la ráfaga de mi compañero puso en fuga al bicho, los dos nos quedamos sin la foto y preguntándonos si alguna vez en la vida tendríamos otra ocasión similar. Con esta anécdota quiero hacer constar que la suerte hay que saber pillarla y aunque incluso un disparo accidental puede dar sorprendentes resultados, más habitual es que sea necesario un mínimo de pericia y reflejos para aprovechar la coyuntura.
Como corolario destacaré dos virtudes, relacionadas con lo dicho en este articulillo - la primera más reconocida que la segunda - que nos ayudarán a obtener grandes fotos;

* La tenacidad que nos ponga a menudo en situaciones propicias para un golpe de chiripa.

* Ser humildes en el reconocimiento de lo mucho que dependemos de lo imprevisto.

Esto implica practicar mucho, llevar la cámara tan a mano como se pueda, ser pacientes y no alardear demasiado cuando una gran foto nos llovió del cielo.

CARGAR O NO USAR

               Desde que empecé a usar cámaras reflex (Diciembre 1979) he roto pocas en comparación con las catorce que, hasta la fecha, he tenido. Recuerdo tres accidentes; la que sucumbió a una inundación en la tienda de campaña, la que se me cayó de las manos durante una escalada, y la que se desplomó junto con un trípode mal estabilizado. Otras cámaras y objetivos quedaron fuera de combate debido a averías de diverso origen, fruto del uso o de la debilidad congénita de materiales y mecanismos. Y me han robado un par, lo cual, por mucha rabia que de, es estadísticamente aceptable en un lapso de uso intensivo que abarca 30 años. El resto las vendí para sustituirlas por otras más adecuadas a mis intereses.
Desde muy temprano tuve claro que la función primordial de una cámara no es envejecer ni desde luego, permanecer impoluta en un cajón. Para mí no tuvo nunca demasiado sentido que, si yo me exponía a los elementos y corría algún que otro riesgo, la cámara debiera ahorrarse semejantes trances. Lo importante es usarla a destajo a poco que las circunstancias lo permitan. Por supuesto, o tomas un mínimo de precauciones o te quedas sin equipo cuando más lo necesitas pero, si ese recomendable principio de prudencia se extrema, puedes perder la oportunidad de hacer grandes fotos.
Es importante, pues, conocer los límites de resistencia que posee tu equipo y, desgraciadamente, la única manera de averiguarlo es jugándotela de vez en cuando. En la mayoría de ocasiones, te arriesgas a una reparación más o menos cara y siempre inoportuna. Con el tiempo ya sabes cuanto puedes tentar a la suerte y adquieres mañas para minimizar las posibilidades de desastre. Por ejemplo durante un diluvio, si la foto vale la pena, tienes varias opciones; esperar a que amaine, buscar resguardo, envolver la cámara con un pieza de ropa, y/o hacer una salida relámpago. A veces debes renunciar pero uno procura que esa sea la última opción.

Hay un hábito muy recomendable para quien no quiera perderse nunca una buena foto: Llevar siempre el equipo encima. Eso es lo más difícil para un amplio sector de fotógrafos:
“Un Águila volatinera vino a posarse a ocho metros de donde yo estaba. El sol poniente le dada de lleno contra un fondo de nubes grises y un arco iris doble.” ¿Y que tal quedó la foto? “No hubo foto porque tenía la cámara en el coche”. Cuando me explican anécdotas tan típicas como esta, se me pone la piel de gallina y me reafirmo en mi propósito de no abandonar la/s cámara/s, literalmente, ni cuando voy a mear. Sí, es una dura disciplina, pero a fuerza de voluntad se convierte en costumbre. Aunque muchas veces cargaremos inútilmente con un peso molesto, lo que cuenta son esas pocas ocasiones en que Dios se ofrece a venderte un piso céntrico, con parking, 4 hab. 2 baños, terraza de 120 m2 por solo 70 céntimos... y tu llevas el monedero encima.

MÁS REFLEXIONES ENTORNO A LA BELLEZA

En el “Apostolado estético “ ya abundo en este tema pero, hallándolo inagotable y fascinante, vuelvo a la carga desde otros ángulos.
Dada su naturaleza intrínsecamente subjetiva, la búsqueda de una definición “objetiva” de la belleza es apasionante por infinita. Pero para acabar postulando que lo bello es lo que causa una impresión estética y/o intelectual placentera - a unas personas sí y a otras depende - mejor me ahorro las efusiones eruditas.
Pocas cosas como la percepción de la belleza son tan exclusivamente humanas. De hecho no hay percepción de la belleza, sino invención de la misma ya que, fuera del cerebro humano, la belleza no existe, resulta indemostrable. Cuando un orangután mira a su alrededor detecta presencia/ausencia de alimentos, de congéneres, de enemigos… capta la estructura tridimensional de la selva, los colores y en fin, todo lo que está físicamente allí, dentro de su alcance perceptivo. La belleza no lo está. Pongo el ejemplo del orangután por aludir a uno de los animales cuyo cerebro está más evolucionado. Desde aquí, y a despecho de mi ignorancia documental al respecto, salto a la pregunta ¿Cuál es la utilidad evolutiva de la “invención” de la belleza?¿Acaso los primeros homínidos protopoetas, eran sementales más aptos o mejores madres? ¿Se defendían mejor del oso de las cavernas? Otras habilidades mentales - que debieron desarrollarse más o menos simultáneamente - sí que dotaron de grandes ventajas para la supervivencia a nuestros antepasados, pero la sensibilidad estética no les ayudó a sobrevivir mejor; les ayudó a vivir mejor. Esa insondable distancia cualitativa entre sobrevivir y vivir es lo que nos hace humanos, seres de otra dimensión dentro del reino zoológico en el que estamos inscritos en términos taxonómicos.
De unos años a esta parte, más que guiarme, me impulsa la idea de que un ser se hace humano conforme desarrolla esas increíbles potencialidades propias del género Homo. Nuestro genoma es un noventa y mucho por ciento idéntico al del lemur. Nuestra mente, en sus estratos superiores, diverge notoriamente. El amor, la creatividad y los sentimientos superiores, (compasión, empatía, etc.) nos definen. O deberían definirnos. La auto-conciencia, el cientifismo y el conocimiento de la muerte nos definen. El dinero nos degrada pero también nos define. Hay un buen puñado de aspectos mentales que nos separan radicalmente del resto de la biota y la localización de dichos aspectos en el genoma es discutible. Pero aquí estamos, recién surgidos de la sabana africana en eras paleontológicas rabiosamente modernas. Somos lo último, somos de otro palo, uno hecho de cartas donde se alberga lo mejor y lo peor que un organismo vivo, tal como lo conocemos, puede producir. Y para mí, la belleza se halla en el meollo de este hermoso y terrible enigma - junto a la imaginación y al amor - que constituye el ser humano.

DE LA LUCHA CONTRA EL OLVIDO

Salvo excepciones, lo que las personas tenemos por memoria es una de las formas de la imaginación. Si bien podemos recordar durantes años un número o un nombre sin deformarlo, con las impresiones visuales - entre otras cosas - no pasa lo mismo. Un atardecer recordado, al cabo de cinco años, es un atardecer medio inventado. Y al cabo de diez... Quizás lo hayamos olvidado o confundido con otro.
El fotógrafo que logra captar su visión de un paisaje o fenómeno lo que está impidiendo es que la imagen se fugue haciendo jerigonzas a través del inestable campo memorístico y termine siendo otra cosa - probablemente más simple y espectacular - que nunca fue así.
Ese afán por retener la subjetiva versión de la realidad lo que veo y siento en un momento dado, me ha llevado al extremo de negarme a salir de excursión si no tenía dinero con el que comprar los carretes necesarios para fijar toda imagen que
me valiera la pena conservar. Eso raya en la patología y no lo presento como modelo  a seguir si no como muestra de actitud llevada a sus últimas consecuencias. Pero gracias a ello hoy dispongo de treinta años de imágenes fieles a la casi totalidad de las cosas más hermosas que he visto. Fieles a como las vi y a como lo supe captar en su momento. Un tesoro inestimable del cual, aún así, se hubieran podido perder o tergiversar las emociones asociadas y también muchos de los datos que estuvieron
asociados a las imágenes. Por eso, también desde los catorce años, escribo con tesón, en un par de diarios, todo lo que de memorable veo y siento. Conforme ganas experiencia, la cantidad de “cosas memorables” que ves o sientes - por ejemplo en el transcurso de un mes - se va reduciendo a la par que se refina y se torna exigente la sensibilidad, así que dejar constancia escrita de ello no es una empresa tan descabellada como pudiera parecer a primera vista.
Mi lucha contra el olvido y el fantaseo involuntario es una bella batalla. Perdida en lo absoluto pero pienso que ganada en lo esencial. Y es que, a los seres transitorios y relativos nos corresponden tanto victorias como derrotas relativas y transitorias.