En esta sección del blog la palabra desplaza por completo a la
imagen.
Casi tod@s l@s fotógraf@s saben explicar como hicieron una
foto, ya son menos l@s que buscan un sentido a lo que hacen y quedamos en
franca minoría aquell@s que, además, gustamos de reflexionar sobre temas de
fondo asociados a la fotografía y a la estética en general. En mi caso, aquí se
complementan mi vocación literaria y filosófica para tratar diversos aspectos
de un tema que me apasiona.
Esta sección no es una bitácora ya que ordenaré los textos
según me parezca y no según su orden cronológico. También aquí el objetivo es
el intercambio de ideas con quienes me lean, factor vital para mi empeño
evolutivo. Por ello agradeceré mucho vuestros comentarios.
MANIFIESTO DE MI APOSTOLADO ESTÉTICO
Yo, Salvador Solé, a fecha del 26 de Noviembre de 2009, me
erijo como apóstol según se define en las “precisiones finales” de este
manifiesto. Y declaro:
Que la belleza no
existe fuera del alma que la siente y que solo por las similitudes entre las
almas hay cosas que una mayoría alcanza a encontrar bellas. La belleza es,
pues, una potencia del alma, no un fenómeno objetivo.
Que, para las
almas sensibles, el mundo es un lugar de belleza pero de una belleza
infinitamente diversa pues se dan bellezas falsas y fealdades bellas.
Que el horror en
el mundo no niega la belleza, aunque se le oponga como la oscuridad a la luz y
que, como la oscuridad y la luz, quizás no sean comprensibles por separado.
O quizás sí.
Que la belleza es
una de las formas del bien y que por lo tanto, al servicio del mal se pervierte
y pierde su esencia.
Que la belleza
nos hace mejores en cuanto que seres sensibles, salvo cuando la pretendemos,
voluntaria o involuntariamente, como máscara y engaño.
Que la concepción de la belleza es
una característica primordial del ser humano como tal y uno de las principales
virtudes, junto al bien, el amor y la voluntad de evolucionar, que dotan de
sentido a la existencia del hombre.
Que, no obstante
lo anterior, se la considera - muy extendidamente - una especie de lujo, algo
afín a la vanidad e incluso equivalente a lo funcionalmente inútil.
Que debido a
ello, entre otros muchos errores, el ser humano se ve atrapado en una condición
previa a sí mismo, condenándose a la vacuidad, la desorientación y la ira, sin
alcanzar a desarrollar sus verdaderas posibilidades, como las de ser
autoconsciente y sensible.
Que mi visión
estética apuntará hacia delante, aunque por lógica beba en las estéticas de toda
la historia del hombre.
Asumido lo que precede hasta el punto de no poder permanecer
impasible, decido iniciar un apostolado que, desde mis
recursos y a pesar de mis limitaciones, pretende:
Acercar la
belleza tanto a las personas de mi entorno como a los desconocidos pues
desconocidos fueron en su día la mayoría de las personas de mi entorno.
Luchar
pacíficamente para deshacer los conceptos erróneos y los tópicos nocivos ya
enunciados y ofrecer mi visión al prójimo.
Actuar desde el
ejemplo procurando llevar una vida éticamente bella que refleje mis
sentimientos y mi pensamiento al respecto, explorando la belleza, generándola,
propagándola, desarrollándola y - en definitiva - viviéndola.
Impedir que esta
vocación me lleve a descuidar o poner en segundo término aquellos valores
asociados ; el bien, el amor y la voluntad de evolucionar.
Ser la obra de
una sola persona asumiendo así que se opera desde la visión particular de la
máxima expresión de la minoría. Y de ello se derivan las siguientes precauciones:
Evitaré la
intolerancia, el proselitismo no solicitado y la pretensión de superioridad
hasta allá donde me sea posible.
Permaneceré
abierto a las visiones éticas y estéticas que me sean presentadas, dispuesto
incluso a dejarme influir por ellas si llegara el caso.
Asumiré que mi
visión no es necesariamente la respuesta que mi prójimo necesita y, por lo
consiguiente, la ofreceré solo como opción o como ampliación de la visión
ajena. Nunca como imposición a, o sustitución de, esta.
Actuaré, pues,
desde la humildad. O fracasaré.
Paso a enunciar los que serán mis recursos, las herramientas de
mi apostolado:
La fotografía:
Ella, metafóricamente, hablará a los ojos. Con ella mostraré mi percepción
visual de la estética del mundo y, en especial - por inclinación personal -
de la naturaleza.
La música: Ella
hablará de lo abstracto y de lo inefable, aunque también pueda suscitar
visiones o sensaciones diversas de los sentidos. La música tiene su propia
dialéctica y, aunque soy un músico intuitivo que se reconoce carente de la
formación técnica adecuada y - muy discutiblemente - se niega a
adquirirla, pienso que lo que hago puede considerarse música, siempre que esta se
entienda de forma amplia.
La palabra dicha
en presencia física de mis semejantes es una facilidad que siempre he tenido y
que, aunque más imprecisa que la escrita en lo intelectual, cuenta con la
fuerza añadida del lenguaje corporal y su capacidad de expresión emotiva a
niveles no verbales.
La literatura:
Ella hablará al intelecto. Sea a través de la narrativa o del ensayo, de la
fantasía o el análisis, considero que parte de mi escasa obra literaria tiene
utilidad para el apostolado estético, aunque no siempre sea una utilidad
expresamente pedagógica.
La ornitología:
Entendida como una de las vías de aproximación a la belleza de la naturaleza no
solo desde la percepción visual si no también - y mucho más relevante - como
ejemplo de la maravillosa complejidad de la evolución y su diversidad infinita
en las interrelaciones y adaptaciones de las especies respecto a su medio
y a las demás especies vivas.
Cualquier otro
recurso a mi alcance, incluyendo los transitorios, los fortuitos y las
habilidades que pudiera desarrollar en un futuro.
Precisiones finales:
Me parece
oportuno aclarar que uso el término “apóstol” y sus derivados
acogiéndome a la siguiente definición del Diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española que es vigente en la fecha de creación de este manifiesto: “Propagador
de cualquier género de doctrina importante”. Y dentro de esta cita, el término “doctrina” lo adopto bajo las
siguientes definiciones de la misma institución: “Enseñanza que se da para
instrucción de alguien. Ciencia o sabiduría. Conjunto de ideas religiosas, filosóficas,
políticas, etc… sustentadas por una persona o grupo”. Haciendo explícito
hincapié en la acepción “filosóficas” y “una persona”. Con ello, aunque uso de
la poética religiosa que el término “apostolado” posee, deseo limitarlo a una
postura laica, aunque abierta.
Empleo la palabra
y el concepto “estético” en sus más amplios significados y no me parece
necesario acotarlos del mismo modo que he hecho con la anterior.
MANIPULAR O MANIPULAR
Con el
advenimiento de la era digital y los programas para el tratamiento de imágenes,
los foros fotográficos bullen con las premisas sobre la pureza de la obra. En
la cruzada por defender la fidelidad a la realidad parece que se olvida que
toda obra es fruto de un trabajo y que todo trabajo manipula los materiales que
le son propios. Cuando se trata de una obra creativa, además, la imaginación
mete la cuchara con su infinita capacidad para interpretar, transformar y
abstraer la realidad. Si la fotografía es una obra creativa… ¿A qué viene
denostar la manipulación? La fotografía es manipulación como lo es a su modo la
fontanería y si no puedes manipular no puedes obrar.
Cuando nos situamos ante el sujeto estamos escogiendo un ángulo y
descartando todos los otros, que también conforman la realidad (manipulación
del punto de vista). Cuando encuadramos, excluimos la mayor parte de la
realidad del ámbito del encuadre para quedarnos con un fragmento determinado
(manipulación del campo visual). Cuando disparamos, irremediablemente
congelamos la acción (manipulación del continuum temporal). Cuando
usamos un diafragma u otro, una u otra velocidad, estamos buscando un efecto
que se ajuste a nuestra voluntad de expresar lo que vemos (manipulación de la
apariencia del sujeto) y, en fin, lo que nunca hacemos es “presentar la
realidad tal cual es”. No lo hacemos porque, entre otras cosas, no somos
capaces de ver toda la realidad y además porque la realidad que conocemos es
solo una realidad perceptual, aquella que los receptores sensitivos codifican
en señales que el cerebro interpreta siguiendo unos esquemas - ejecutando un
hardware y un software, podríamos decir - que son producto tanto de la
selección natural (bacteria-pez-reptil-mamífero-homínido) como por la
“selección cultural” de una época y un lugar.
Dichas pautas cerebrales son las que crean nuestra percepción de
la realidad, una percepción que será muy discutible para el ocelote, la abeja,
e incluso el chopo, entes todos ellos capaces de percibir de un modo u otro el
entorno y reaccionar en consecuencia. Aun si nos permitiéramos el imperialismo
de creer que esas no son más que formas inferiores de vida, subsistiría el
hecho de que representan procesos de percepción de la realidad muy diferentes
del nuestro y que, por mucho que creamos que este es el “más completo”, otros
no solo son posibles si no plenamente funcionales para sus poseedores.
Esta digresión sobre la relatividad del concepto de realidad me ha
parecido conveniente para recordar que damos demasiadas cosas por sentado. Lo
cual no significa que todo sea relativo y que en consecuencia toda manipulación
sea honesta. Si no relativizamos la relatividad, esta no nos servirá de nada.
Regresando al tema principal, ahora que con un clic del botón
izquierdo del ratón podemos convertir un rojo tristón en un rojo campeón,
corregir la temperatura del color y perfilar el enfoque… ¿Cuáles son los
límites? Queda una vez más planteado el milenario dilema de la libertad: ¿Todo
lo posible es también legítimo? Esta es una pregunta que se plantea (o que
debería plantearse) en innumerables campos, desde lo comercial hasta el uso de
las nuevas tecnologías pasando por el sexo. Y no, no hay una respuesta
genérica. Al menos no la puede haber al primitivo estilo de los diez
mandamientos; no robarás, no untarás de Nocilla el caviar, no forzarás la gama
cromática… La respuesta que la libertad necesita acerca de cuales deberían ser sus
límites no puede ser genérica, no puede ser impuesta por una autoridad
indiscutible - que no existe - ni puede ser definitiva. Dicho lo que no puede
ser, quizás convenga proponer qué es lo que sí podría ser.
Como diría el Jedi Yoda: “Ahora, mojarme debo de”.
Si la respuesta sobre cuales deberían ser los límites de la
libertad no puede ser genérica (si no puede existir un ley que sea valida para
todos los casos) bien puede ser específica. Si no puede ser impuesta, quizás
cabría consensuarla. Y si no puede ser definitiva, que sea transitoria.
Para que sea específica debemos concretar un tema; en este caso,
la manipulación de la fotografía digital. Para consensuar unas normas éticas
sobre esta cuestión, lo mejor es que cada un@ presente sus propuestas y que los
conceptos se vayan afinando mediante el debate de forma que surjan tendencias
orientadoras. Mi aportación al respecto la plasmaré tras dejar claro que, en un
ámbito tan dinámico y reciente como el de la fotografía digital,
cualquier afirmación se hará desde los conocimientos del momento y que
nuevos descubrimientos pronto pueden introducir variaciones y matices; soy
consciente de lo transitorio que es todo esto en lo tecnológico. Visto lo cual,
para dar una base de sentido común a mis propuestas, me oriento hacia recursos
éticos conocidos desde antiguo y lo suficientemente flexibles como para usarse
en plena explosión digital. Mi tesis postula que:
* Nadie desea ser engañad@; seducid@ sí, pero nunca estafad@.
* Para no engañar, ni siquiera involuntariamente, lo primero es no
engañarse un@ mism@.
* Si a la honradez le asiste la inteligencia, ni la primera ni la
segunda tienen porque estar reñidas con la creatividad.
Aceptadas estas premisas (aceptadas por mí, pues son mi propuesta)
para obrar en consecuencia con ellas lo que debo hacer es explicar no solo mis
criterios si no también qué es lo que les hago a las fotos.
Lo que resta de este articulo está dedicado a declarar mis
manipulaciones para que quienes vean mis fotos tengan elementos para juzgarlas
no solo desde su óptica si no también en relación a mis propósitos y métodos.
· Los RAWs, a mí me parecen descontrastados y
descoloridos en un 25% respecto a lo que veía antes de disparar.
· En consecuencia, mediante el Photoshop, busco
recuperar la imagen que decidí captar cuando hice la foto.
· Para ello no dudo en ajustar niveles,
saturación, sombras y luces.
· No vacilo a la hora de recuperar la nitidez de
la imagen mediante el uso de la máscara de enfoque.
· A menudo “tampono” aquellos elementos
indeseados que, de ser posible, hubiese evitado a la hora de apretar el
obturador, léase; motas de polvo del sensor, pequeños elementos indeseados que
estorban partes relevantes de la composición, etc...
· Reencuadro, si lo considero oportuno, para
mejorar la composición inicial de la foto ya que las circunstancias no siempre
permiten la aproximación y el ángulo necesario para obtener la imagen deseada.
· Considero todas las manipulaciones que de
descrito como parte integrante del procesado de las imágenes.
Con estas declaraciones creo dejar claro el nivel de intervención
que media entre los RAWs que consigo (y conservo) y la imagen que presento en
las diversas galerías de fotos. Por lo que sé, no es nada que se salga de lo habitual
pero, al margen de que lo sea o no, creo que importa especificar tanto la ética
de base (los primeros dos tercios de este artículo) como las técnicas concretas
que empleo para conseguir la imagen definitiva.
LA CHIRIPA
“Las cosas no
salen bien porque sí” (Un golpe de puño sobre el pecho).
“Para hacer las cosas bien es necesario pensárselo mucho” (Dos
golpes con ambos puños).
“Las cosas solo alcanzan la excelencia cuando el control de todos
los factores es absoluto” (Cuatro golpes feroces). “¡Nada debe quedar librado
al azar!” (entre ocho y doce golpes acompañados de cabezazos y un desaforado
pataleo).
Bastantes fotógrafos profesionales - y ya no digamos aquellos
aficionados que son más papistas que el papa - afirman que el azar no debe
existir. Al menos no debe existir si nosotros no lo hemos invocado para servir
a nuestros fines. Dicen que toda obra de arte es fruto de la técnica y la
mente, ambas sometidas a un férreo control. Sin negar que cierto tipo de
imágenes solo se logran aplicando semejante filosofía, a mí esa forma de ver la
fotografía me parece poco realista y corta de miras pues la suerte, para bien y
para mal, está en el mundo y negar su influencia resulta pueril. Pudiéndose dar
incluso en la fotografía de estudio, ya no digamos al aire libre donde todo
tiende a cambiar de color, de volumen y de protagonismo según dictan los
caprichos de la luz y la meteorología. Un caso muy probable; Absort@ en la
composición del encuadre, no te percatas de que un claro entre las nubes se te
aproxima por la espalda y justo al oprimir el obturador ha empezado a iluminar
el primer plano haciéndolo resaltar contra un fondo que todavía permanece en la
sombra. La imagen ha cobrado una fuerza con la que no contabas y el resultado
es muy superior a lo que habías previsto. La luz… siempre la luz, pero no solo
la luz: Pasas treinta segundos comprobando el enfoque y el encuadre de un lirio
y, justo cuando disparas, un golpe de viento lo hace oscilar. Lo más habitual
es que se te fastidie la foto pero también es posible que ese handicap haya
dejado en tu cámara una imagen llena de encanto y tal vez mucho más valiosa y
difícil de conseguir que aquella que pretendías. Podríamos seguir poniendo
ejemplos hasta aburrirnos.
No me produce bochorno alguno admitir que varias de mis mejores
fotografías deben buena parte del mérito a imponderables de lo más variado. Eso
mismo, lo admitan o no, le sucede a todos l@s fotógraf@s.
Desde luego, si quieres que te toque la lotería, deberás comprar
números y además será necesario dedicarle muchas horas, tener las nociones
técnicas fluidamente asimiladas y poseer un equipo suficiente para sus
propósitos y nivel de exigencia. Pero la madre del cordero, en estos casos, es
saber ver, en un momento dado, que la chiripa te acaba de hacer un regalo.
Yendo aun más allá diré que en nuestra vocación, la chiripa es una
factor tan común que ni siquiera se suele reflexionar sobre ello y l@s hay que,
incluso, deslumbrad@s por sus propios esfuerzos y méritos, no caen en la cuenta
de que una parte de lo que consiguen les cae en el regazo por el mero hecho de
llevar la cámara encima y saber como se usa. No le resto mérito a nadie ya que
aprovechar la suerte es un don que se desarrolla con la experiencia tanto si
eres consciente como si no. Pero hace falta experiencia y si eres un negado con
el equipo o no tienes visión estética, de poco te servirá la chiripa. Somos
perfectamente capaces de echar a perder una buena oportunidad (sobre todo si es
fugaz). Recuerdo una ocasión en que, ya prácticamente de noche, de repente,
desde la ventanilla del coche, un colega y yo tuvimos a cuatro metros una
Chocha perdiz posada sobre un tronco. De la impresión, el colega no se acordó
de activar el flash y yo, por olvidar que llevaba conectado el autofocus (que
en ausencia de luz mal podía funcionar), perdí tres preciosos segundos en
percatarme y pasar a manual. Entonces el sonido de la ráfaga de mi compañero
puso en fuga al bicho, los dos nos quedamos sin la foto y preguntándonos si
alguna vez en la vida tendríamos otra ocasión similar. Con esta anécdota quiero
hacer constar que la suerte hay que saber pillarla y aunque incluso un disparo
accidental puede dar sorprendentes resultados, más habitual es que sea
necesario un mínimo de pericia y reflejos para aprovechar la coyuntura.
Como corolario destacaré dos virtudes, relacionadas con lo dicho
en este articulillo - la primera más reconocida que la segunda - que nos
ayudarán a obtener grandes fotos;
* La tenacidad que nos ponga a menudo en situaciones propicias
para un golpe de chiripa.
* Ser humildes en el reconocimiento de lo mucho que dependemos de
lo imprevisto.
Esto implica practicar mucho, llevar la cámara tan a mano como se
pueda, ser pacientes y no alardear demasiado cuando una gran foto nos llovió
del cielo.
CARGAR O NO USAR
Desde que empecé a usar cámaras reflex (Diciembre 1979) he roto pocas en
comparación con las catorce que, hasta la fecha, he tenido. Recuerdo tres
accidentes; la que sucumbió a una inundación en la tienda de campaña, la que se
me cayó de las manos durante una escalada, y la que se desplomó junto con un
trípode mal estabilizado. Otras cámaras y objetivos quedaron fuera de combate
debido a averías de diverso origen, fruto del uso o de la debilidad congénita
de materiales y mecanismos. Y me han robado un par, lo cual, por mucha rabia
que de, es estadísticamente aceptable en un lapso de uso intensivo que abarca
30 años. El resto las vendí para sustituirlas por otras más adecuadas a mis
intereses.
Desde muy temprano tuve claro que la función primordial de una
cámara no es envejecer ni desde luego, permanecer impoluta en un cajón. Para mí
no tuvo nunca demasiado sentido que, si yo me exponía a los elementos y corría
algún que otro riesgo, la cámara debiera ahorrarse semejantes trances. Lo
importante es usarla a destajo a poco que las circunstancias lo permitan. Por
supuesto, o tomas un mínimo de precauciones o te quedas sin equipo cuando más
lo necesitas pero, si ese recomendable principio de prudencia se extrema,
puedes perder la oportunidad de hacer grandes fotos.
Es importante, pues, conocer los límites de resistencia que posee
tu equipo y, desgraciadamente, la única manera de averiguarlo es jugándotela de
vez en cuando. En la mayoría de ocasiones, te arriesgas a una reparación más o
menos cara y siempre inoportuna. Con el tiempo ya sabes cuanto puedes tentar a
la suerte y adquieres mañas para minimizar las posibilidades de desastre. Por
ejemplo durante un diluvio, si la foto vale la pena, tienes varias opciones;
esperar a que amaine, buscar resguardo, envolver la cámara con un pieza de
ropa, y/o hacer una salida relámpago. A veces debes renunciar pero uno procura
que esa sea la última opción.
Hay un hábito muy recomendable para quien no quiera perderse nunca
una buena foto: Llevar siempre el equipo encima. Eso es lo más difícil para un
amplio sector de fotógrafos:
“Un Águila volatinera vino a posarse a ocho metros de donde yo
estaba. El sol poniente le dada de lleno contra un fondo de nubes grises y un
arco iris doble.” ¿Y que tal quedó la foto? “No hubo foto porque tenía la
cámara en el coche”. Cuando me explican anécdotas tan típicas como esta, se me
pone la piel de gallina y me reafirmo en mi propósito de no abandonar la/s
cámara/s, literalmente, ni cuando voy a mear. Sí, es una dura disciplina, pero
a fuerza de voluntad se convierte en costumbre. Aunque muchas veces cargaremos
inútilmente con un peso molesto, lo que cuenta son esas pocas ocasiones en que
Dios se ofrece a venderte un piso céntrico, con parking, 4 hab. 2 baños,
terraza de 120 m2 por solo 70 céntimos... y tu llevas el monedero encima.
MÁS REFLEXIONES ENTORNO A LA BELLEZA
En el “Apostolado estético “ ya abundo en este tema pero,
hallándolo inagotable y fascinante, vuelvo a la carga desde otros ángulos.
Dada su naturaleza intrínsecamente subjetiva, la búsqueda de una
definición “objetiva” de la belleza es apasionante por infinita. Pero para
acabar postulando que lo bello es lo que causa una impresión estética y/o
intelectual placentera - a unas personas sí y a otras depende - mejor me ahorro
las efusiones eruditas.
Pocas cosas como la percepción de la belleza son tan
exclusivamente humanas. De hecho no hay percepción de la belleza, sino
invención de la misma ya que, fuera del cerebro humano, la belleza no existe,
resulta indemostrable. Cuando un orangután mira a su alrededor detecta
presencia/ausencia de alimentos, de congéneres, de enemigos… capta la
estructura tridimensional de la selva, los colores y en fin, todo lo que está
físicamente allí, dentro de su alcance perceptivo. La belleza no lo está. Pongo
el ejemplo del orangután por aludir a uno de los animales cuyo cerebro está más
evolucionado. Desde aquí, y a despecho de mi ignorancia documental al respecto,
salto a la pregunta ¿Cuál es la utilidad evolutiva de la “invención” de la
belleza?¿Acaso los primeros homínidos protopoetas, eran sementales más aptos o
mejores madres? ¿Se defendían mejor del oso de las cavernas? Otras habilidades
mentales - que debieron desarrollarse más o menos simultáneamente - sí que
dotaron de grandes ventajas para la supervivencia a nuestros antepasados, pero
la sensibilidad estética no les ayudó a sobrevivir mejor; les ayudó a vivir
mejor. Esa insondable distancia cualitativa entre sobrevivir y vivir es lo que
nos hace humanos, seres de otra dimensión dentro del reino zoológico en el que
estamos inscritos en términos taxonómicos.
De unos años a esta parte, más que guiarme, me impulsa la idea de
que un ser se hace humano conforme desarrolla esas increíbles potencialidades
propias del género Homo. Nuestro genoma es un noventa y mucho por ciento
idéntico al del lemur. Nuestra mente, en sus estratos superiores, diverge
notoriamente. El amor, la creatividad y los sentimientos superiores,
(compasión, empatía, etc.) nos definen. O deberían definirnos. La auto-conciencia,
el cientifismo y el conocimiento de la muerte nos definen. El dinero nos degrada
pero también nos define. Hay un buen puñado de aspectos mentales que nos
separan radicalmente del resto de la biota y la localización de dichos aspectos
en el genoma es discutible. Pero aquí estamos, recién surgidos de la sabana
africana en eras paleontológicas rabiosamente modernas. Somos lo último, somos
de otro palo, uno hecho de cartas donde se alberga lo mejor y lo peor que un
organismo vivo, tal como lo conocemos, puede producir. Y para mí, la belleza se
halla en el meollo de este hermoso y terrible enigma - junto a la imaginación y
al amor - que constituye el ser humano.
DE LA LUCHA CONTRA EL OLVIDO
Salvo excepciones, lo que las personas tenemos por memoria es
una de las formas de la imaginación. Si bien podemos recordar durantes años un
número o un nombre sin deformarlo, con las impresiones visuales - entre otras
cosas - no pasa lo mismo. Un atardecer recordado, al cabo de cinco años, es un
atardecer medio inventado. Y al cabo de diez... Quizás lo hayamos olvidado o
confundido con otro.
El fotógrafo que logra captar su visión de un paisaje o fenómeno
lo que está impidiendo es que la imagen se fugue haciendo jerigonzas a través
del inestable campo memorístico y termine siendo otra cosa - probablemente más
simple y espectacular - que nunca fue así.
Ese afán por retener la subjetiva versión de la realidad lo que
veo y siento en un momento dado, me ha llevado al extremo de negarme a salir de
excursión si no tenía dinero con el que comprar los carretes necesarios para
fijar toda imagen que
me valiera la pena conservar. Eso raya en la patología y no lo
presento como modelo a seguir si
no como muestra de actitud llevada a sus últimas consecuencias. Pero gracias a ello
hoy dispongo de treinta años de imágenes fieles a la casi totalidad de las
cosas más hermosas que he visto. Fieles a como las vi y a como lo supe captar
en su momento. Un tesoro inestimable del cual, aún así, se hubieran podido
perder o tergiversar las emociones asociadas y también muchos de los datos que
estuvieron
asociados a las imágenes. Por eso, también desde los catorce
años, escribo con tesón, en un par de diarios, todo lo que de memorable veo y
siento. Conforme ganas experiencia, la cantidad de “cosas memorables” que ves o
sientes - por ejemplo en el transcurso de un mes - se va reduciendo a la par
que se refina y se torna exigente la sensibilidad, así que dejar constancia
escrita de ello no es una empresa tan descabellada como pudiera parecer a
primera vista.
Mi lucha contra el olvido y el fantaseo involuntario es una
bella batalla. Perdida en lo absoluto pero pienso que ganada en lo esencial. Y
es que, a los seres transitorios y relativos nos corresponden tanto victorias
como derrotas relativas y transitorias.